Oscurecen las cosas y
las palabras conspiran en mi contra
como un susurro
sembrando falsas memorias
del porvenir
y triste
pienso en los peces
los ojos curiosos de los peces
de tía vieja o comadrona a cargo de un kiosco.
Afuera llueve y ha comenzado
el otoño
a revolver en los cajones de la gente
poco a poco metiéndose
como esas tías mayores
entre su ropa de cama
en las camisas planchadas
de cara a las ventanas
tirándose en el patio por las tardes
a dormir su cansancio
en colchones de hojas que mueren
una muerte seca y marrón entre las macetas
sobre los fríos charcos de agua
de aquí para allá
aburriendo.
Para el pequeño Salvador
dentro del silencio de la casa
la muerte
es belleza: pega un manojo de hojas
que juntó largo rato en la tarde
sobre el cielo de un gran papel blanco
con pegamento y colores
que su madre le dio antes de la siesta.
Lo veo pegar las hojas
con admirable amor, cuidado
con un sentido propio
que yo intuyo apenas pero que late allí en el niño
cifradamente
recordándome con imágenes vagas
mi niñez
irrevocablemente desaparecida.
Salvador pega las hojas
como si quisiera que el viento las llevara
dibuja encima con azul
largos trazos que ondulan
sobre el cielo de papel
un viento redondo de crayón
atravesando de frío las hojas
una salvedad de ataúd.
Me invade un miedo de saber
de repente, absurdamente
que yo no quiero morirme un día
aunque sé
tendrá que pasar.
Habrá sol me digo
como si pudiera recordar mi futuro
del cual sin embargo
no tendré ya memoria,
gente de sonrisas quietas
una mesa con té
con masas
con palabras de abuela vieja
y seré pequeño
y blanco el cajón
donde dormiré
el eterno sueño del niño
muerto,
querido,
ya olvidado.
1 comentario:
Recordar el futuro-o proyectar recuerdos imposibles- es algo que muchos desprecian por hipotético, pero es un ejercicio genial.
Saludos.
Publicar un comentario