jueves, 31 de mayo de 2012

Martin Oremor, Mar del Plata. Argentina






Oscurecen las cosas y

las palabras conspiran en mi contra

como un susurro

sembrando falsas memorias

del porvenir



y triste

pienso en los peces

los ojos curiosos de los peces

de tía vieja o comadrona a cargo de un kiosco.



Afuera llueve y ha comenzado

el otoño

a revolver en los cajones de la gente

poco a poco metiéndose

como esas tías mayores

entre su ropa de cama

en las camisas planchadas

de cara a las ventanas

tirándose en el patio por las tardes

a dormir su cansancio

en colchones de hojas que mueren

una muerte seca y marrón entre las macetas

sobre los fríos charcos de agua

de aquí para allá

aburriendo.



Para el pequeño Salvador

dentro del silencio de la casa

la muerte

es belleza: pega un manojo de hojas

que juntó largo rato en la tarde

sobre el cielo de un gran papel blanco

con pegamento y colores

que su madre le dio antes de la siesta.

Lo veo pegar las hojas

con admirable amor, cuidado

con un sentido propio

que yo intuyo apenas pero que late allí en el niño

cifradamente

recordándome con imágenes vagas

mi niñez

irrevocablemente desaparecida.

Salvador pega las hojas

como si quisiera que el viento las llevara

dibuja encima con azul

largos trazos que ondulan

sobre el cielo de papel

un viento redondo de crayón

atravesando de frío las hojas

una salvedad de ataúd.

Me invade un miedo de saber

de repente, absurdamente

que yo no quiero morirme un día

aunque sé

tendrá que pasar.

Habrá sol me digo

como si pudiera recordar mi futuro

del cual sin embargo

no tendré ya memoria,

gente de sonrisas quietas

una mesa con té

con masas

con palabras de abuela vieja

y seré pequeño

y blanco el cajón

donde dormiré

el eterno sueño del niño

muerto,

querido,

ya olvidado.

1 comentario:

Lisarda dijo...

Recordar el futuro-o proyectar recuerdos imposibles- es algo que muchos desprecian por hipotético, pero es un ejercicio genial.
Saludos.