domingo, 27 de mayo de 2012

Estela Marta Escudero


Extractos de:


Un po e m a p o r St e f a n
HiSt o r i a e n f o r m a d e So n a t a



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Caminando por los pasillos —nunca tan largos ni silenciosos—, doblado por las fuerzas que con frecuencia nos mantienen erguidos, Kostantin vivía su realidad sin mirarla de frente.
Sólo se atrevía a preguntar —como grita al viento su lamento el
náufrago—: “¿Cómo habré de continuar ahora?”. Preguntas sin respuestas o respuestas amargas, cúmulo de sueños reducidos a nada. Ya no
quería pensar; los pensamientos lo ahogaban y hubiese dado el alma por
permanecer aislado en una monotonía de horas sin fin con el sólo objeto
de olvidar. Se detuvo frente a la puerta del cuarto: la habitación que ella
había preparado con devoto amor y tierno celo. En su interior, juntos
rieron; juntos soñaron y juntos supieron paladear la especial felicidad
que nos hace sentir inmortales. Acaso Cristina fuese eterna allí dentro.
Kostantin escuchó el débil llanto. Cuando ingresó, la nodriza movía
la cuna; el vaivén logró calmar al bebé. A su pedido, la mujer abandonó
la estancia.
Con el rostro sombrío se acercó a contemplar al niño: sábanas de
hilo cubrían a su hijo que dormía el sueño gentil de los infantes. La primavera comenzaba y una brisa tibia sacudió los volados de la cuna. En
silencio, Kostantin entornó la ventana y con las manos prendidas de los
cortinados sintió latir las dudas.
“¿Cómo haré para quererte, si te has robado lo que más amaba?”
Sin volver el rostro, abandonó el cuarto.


[....]



El humo ascendía, formaba arabescos.
“¿Cómo es posible que aquello que más quiero en el mundo esté
muriendo?” —se preguntó. Y se respondió: “Así son las cosas, Stefan, y
nada que hagas podrá evitarlo. ¿Acaso presenciaré el desenlace, mudo e
inerte? ¿O quizá despierte una mañana y me descubra solo? ¿Es que se irá
sin que pueda detenerlo? He querido ser mejor sólo para satisfacerlo. Lo
sentía eterno, como estas paredes, y lo quería conmigo, seguro y firme, mi
refugio y ejemplo. Aún no te despidas ni te lamentes. Sonríe, toma como
un regalo cada momento. Y no empañes los días por venir con el luto
anticipado de los incrédulos ni reclames más de lo que tienes. Atesora los
instantes, ponlos dentro de ti allí donde todo permanece intacto. En ese
sitio estarán juntos, siempre.”

Las volutas ascendían para desvanecerse luego.
Caídos ya los velos, los contornos nítidos le dejaban ver cada detalle.
Tenía un informe completo del estado de salud de su padre: habían sido
dos los ataques que sufriera; el doctor Zeller suponía que su corazón no
resistiría otro.
En la oscura quietud de la sala de música la mente lograba sosegar al
corazón, darle consuelo. Se gestaba el cambio sutil y silencioso y se instalaba en él un nuevo propósito, que Stefan honraría con tesón y celo.
“¿Sabré hacerlo? ¿Sabré ser justo y responsable? ¿Cuidar de él y protegerlo?”
Y su aliento empañaba los cristales.
Miró más allá de la noche, diáfana oquedad de luna llena que mostraba un jardín helado; árboles desnudos y nieve, mucha nieve. “El cielo
estrellado encima de mí y la ley moral dentro de mí. Son pruebas de que
hay un Dios por encima de mí y un Dios dentro de mí”, recordó la cita de
Kant. “¿Podrás creer en ello?”
Ya en su alcoba se dirigió hacia las hornacinas ocupadas por soberbias bibliotecas. Abrió las puertas y miró los estantes repletos de libros,
sus muy queridos libros. Vivió otras vidas a través de ellos; conoció lugares remotos, viajó a sitios donde sólo la imaginación llega, y defendió
causas perdidas, y se enamoró de damas etéreas. Formó su intelecto
leyendo todo, sin desechar nada, feliz en fantasear con un mundo ideal
lejano como el sol poniente. Su corazón todavía se dejaba tentar por
esas ensoñaciones juveniles, pero ya no había cabida para sueños. Había despertado y era áspera y maciza su realidad de piedra, y muy alta
la meta. Stefan supo que el camino a recorrer tendría que transitarlo
solo; sus queridos camaradas habrían de permanecer allí, en los pliegues de una vida que había concluido. Se sintió capaz de dar el primer
paso, y como no se llega a la cima madurando sino creciendo, afanado
por ser un poco más que ayer, cerró las puertas de las bibliotecas y con
las llaves dentro de la mano caminó hacia los leños y las dejó caer en la
chimenea.

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