Alberto Díaz Flores nació en 1984. Vive en el barrio de Sarandí, en el sur del conurbano Bonaerense. Es escritor, músico, trabajador asalariado y estudiante de la carrera de letras de la Universidad de Buenos Aires. Ha publicado en la primavera de 2011 su primer volumen de cuentos titulado "Los Artrópodos" por la editorial Milena Caserola. A través del sello discográfico Wacala, en Abril de 2012, se ha editado "El LP de Los Artrópodos" que incluye tres cuentos del volumen y una milonga y un tango canción interpretados por Barsut, conjunto de tango del cual es cantor. En la actualidad prepara otro volumen de relatos de ficción y una serie de artículos en torno al tango.
Reseña
Una escritura de espacios mínimos, acechados siempre, siempre acechantes. Por los surcos y escondrijos que hay en toda casa y en toda vida, rincones imperceptibles de lo cotidiano y familiar, Alberto Díaz Flores pasa sus palabras como lupas, en un tenso y siempre impreciso develamiento de lo oculto, que se debate entre la crueldad, el miedo y la risa. Una tensión similar a la que ponen en juego todos sus cuentos a través de una diversidad de estilos, voces y géneros que le proponen al lector, al mismo tiempo que a los personajes, la experiencia de una continua metamorfosis: en detective perspicaz, en perverso espectador de actos perversos, en parroquiano de un estaño anónimo, en científico minucioso y diseccionador, en cuerpo alucinado. Lo único estable en esa diversidad es una atmósfera suburbana y atemporal de baldíos yuyosos, cafetines despintados y casas bajas, por los que los personajes, sean de la especie que fueren, dan pasos inciertos, como si su experiencia acumulada estuviera a punto de estallar. Renguera experiencial que es acompañada, de fondo, y como en ostinato, por un bordoneo tanguero de ritmos asimétricos y persistentes.
Los artrópodos es un arbitrario catálogo de clasificaciones desclasificatorias en el que bichos, animales y personas se entreveran en duelos, colaboraciones y mezclas hasta confundirse y confundirnos, minando así nuestras certezas de un orden posible. Pero es, al mismo tiempo, una celebración de lo contaminado: el equilibrio peligroso entre ser y no-ser, entre hombre y animal, entre razón y sensación, que nos abre prepotentemente a la feracidad de lo im-posible.
Diego Antico
Fragmentos de la Obra:
Las diversas tramas y el brillo
Luego de arribar, al recorrer la estación a pie respirando hondamente, me sobrevino la sensación de estar movilizado. El viaje me había brindado una cierta, bella y pequeña felicidad; alejarme de la ciudad y de los sitios frecuentados me proveyó de una deliciosa amnesia. Fui por el costado del camino, y luego de zapatear polvareda por algo menos de dos kilómetros llegué a mi antigua casa.
Me costó al principio acostumbrarme a su nueva apariencia, toda una nueva vida se desarrollaba en plenitud debido a la evidente falta de ocupación en el mantenimiento del lugar por varios años. El trabajo diario, el de hormiga y el de araña, que hacían antaño mis padres para controlar un siempre presente e imperceptible imperialismo, se tornó para mí, de pronto, harto evidente.
Me costó al principio acostumbrarme a su nueva apariencia, toda una nueva vida se desarrollaba en plenitud debido a la evidente falta de ocupación en el mantenimiento del lugar por varios años. El trabajo diario, el de hormiga y el de araña, que hacían antaño mis padres para controlar un siempre presente e imperceptible imperialismo, se tornó para mí, de pronto, harto evidente.
La casa parecía una maceta. Unas desquiciadas enredaderas, por varios sitios, ocupaban las paredes y dejaban entrever, cerca de sus fronteras, las pequeñas salpicadas marrones de vanguardia que anunciaban una próxima e inminente conquista. Unos ya carcomidos y secos burletes no habían podido hacerle frente al insistente avance del polvo que ya se había sedimentado, formando una fina capa de pocos centímetros, en las cercanías de las aperturas, donde crecían unos simpáticos tréboles y unos brevísimos pastos. En diversas rajaduras anidaban unas palán palán con sus flores tubito amarillas y su verdor glauco tan curioso.
Pensé inevitablemente en Don Tito y me fue imposible, desde ese instante, no considerar que lo rodeaba un halo luminoso, un áurea casi mística; sus metáforas cobraron un sugestivo rumbo en mi mente ante el nuevo e inesperado paisaje. Di por verdad entonces estar en una misión emancipadora y, debo confesar, que con antecedentes poco promisorios: una marcada tendencia a la vagancia y, en relación directa a esto, una casi insoslayable adaptación a las contingencias que tocasen en suerte.
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