miércoles, 16 de mayo de 2012
LEANDRO BARTOLETTI
ENTER MIRASKI
No sé, últimamente estoy en un vacío.
Uno espera que pase algo que desate
la imaginación, que la encienda, que
en cierto sentido permita hacer una
conexión. Ya no se trata del resultado.
Al Pacino.
INTRODUCCIÓN
Creo que fue Albert Camus el que escribió: “A los 30 se
empieza a envejecer y hay que aprovecharlo todo, no sé si me
entiende”.
Si, entiendo perfectamente. Acabo de cumplir 30 años y todo
se vino abajo. Nunca imaginé que cumplir 30 sería una catástrofe.
No es como cumplir 25 ó 36. Hay una especie de superstición
numérica que me tiene preocupado. Y a esto tenemos que
agregarle el dolor de cabeza, el insomnio, el cansancio. Y la
inseguridad, el desencanto, la constante frustración.
Ya sé que esta no es la mejor manera de empezar una
novela. La verdad es que es un comienzo muy depresivo, pero
bueno, así es como me siento.
En estos últimos meses, todo empezó a desmoronarse y esta
noche se produjo la caída final. Estaba en mi fiesta de cumpleaños
(si es que a esa aburrida reunión se le puede llamar fiesta) y no
dejaba de pensar en todas las oportunidades perdidas, todas las
mujeres que no supe amar, todos los sueños rotos, todo eso. Y por
primera vez, dejé de creer que todo cambiaría.
Dejé de creer, dejé de confiar, y ahí fue cuando surgió la
idea de la fuga. Una idea muy desesperada, claro.
Reconozco que no soy impulsivo. Soy más bien metódico e
insoportablemente planificador, así que este asunto de tener una
idea tan extrema y llevarla a cabo es una novedad. O una
resignación a la vejez que se aproxima, un salto al vacío, no sé.
La cuestión es que salí corriendo del pub donde estaba con
mis amigos y fui corriendo a mi casa. Conté la plata y me di cuenta
que era poca, pero igual podía alcanzarme para dos semanas. O
tres.
La fuga se puso en marcha.
¿Fuga hacia dónde? Yo qué sé.
Armé una valija muy liviana (entiendo que la idea de la fuga
es, precisamente, viajar rápido) y elegí algunos libros
estimulantes: “El camino del artista”, de Julia Cameron; “Flecha
Verde Año 1”; “Watchmen”, de Alan Moore; y un volumen de
Alianzas Paganas con Silver Surfer y Linterna Verde.
Cuando sentí que estaba listo, no pude dar el primer paso.
Ahí, por primera vez, apareció la duda: ¿Qué estoy haciendo? Esto
es lo que les pasa a los tipos que tienen una crisis existencial y lo
único que se les ocurre es tomar alguna medida drástica para
romper con la monotonía y sentirse realizados. ¿Eso es lo que
quiero hacer? ¿Quiero cumplir con el ideal romántico del héroe que
se escapa a un paraje desolado para meditar, encontrar el sentido
de la vida y después volver renovado, convertido en un sabio o en
un profeta? ¿A quién quiero engañar? Se nota que vi muchas
películas. Voy a irme a algún lugar a gastar mis limitados ahorros y
después voy a volver tan confundido como antes… y encima sin un
peso.
Al rato, me di cuenta que tenía que dejar una nota a mis
padres. A los apurones, escribí algo muy breve: “Necesito
ordenarme, necesito pensar. No es nada grave, son los 30”.
Dejé la nota en la mesa y decidí dejar de pensar. En estos
casos, lo mejor es no pensar. Hay que actuar.
Salí corriendo de mi casa, llegué a la estación y, al
amanecer, subí a un tren que me llevó a Constitución.
Y acá estoy ahora, en la terminal, parado en el andén,
mirando a los trabajadores que salen de los trenes, cansados y
resignados, para empezar un nuevo día.
De todas las opciones posibles, elijo ir a la playa. No es una
mala idea. El mar, la quietud, la soledad, todo eso ayuda.
Me avisan que el próximo tren a Mar del Plata sale a las 8,
faltan dos horas. Voy a un bar, pido un café y me dedico a planear
lo que voy a hacer en los próximos días. Apenas llegue a Mar del
Plata, subiré a un colectivo que me lleve a algún rincón apartado,
alquilaré una piecita modesta. Y haré todo lo posible para
conectarme y reencontrarme.
Tendría que llevar un cuaderno para registrar todo. Quizás
pueda analizar mi vida y descubrir por qué me pasa lo que me
pasa. Hace un tiempo, tuve un proyecto que al final quedó
inconcluso: escribir una novela autorreferencial, estilo Aprile. Y
con una onda a Chasing Amy.
Creo que esta fuga es la oportunidad ideal para volver a
intentarlo. Quién sabe, tal vez esta sea la última oportunidad de
hacer algo verdaderamente interesante y así alcanzar los sueños
que siempre resultaron esquivos: ser un escritor, ser un cineasta,
tener una vida creativa, y todo lo demás. Si, esta es la
oportunidad…
Es probable que esté sintiendo el típico síndrome de los
treintañeros, eso de creer que cada oportunidad es la última. The
last chance todo el tiempo, a cada rato.
Como sea, voy a retomar ese proyecto. Una novela
autorreferencial y también generacional. Bueno, quizás exagero…
Mi vida no es tan intensa ni tan interesante como para llenar una
novela. Chejov decía que si querés trabajar en tu arte, primero
tenés que trabajar en tu vida. Eso es obvio. Para llegar a la
expresión, necesitamos tener un yo que podamos expresar. ¿Tengo
un yo, tengo una vida trabajada, puedo sacar algo en limpio de
estos 30 años? Es complicado, pero tendremos que meternos en el
camino, comprometernos, y avanzar.
Intentaré hacer una novela, sin demasiadas expectativas. Lo
que importa es que sea una liberación catártica y que le dé sentido
a la fuga. Tiene que ser caótica, honesta. Y profunda, pero sin
proponérselo. Sin solemnidad, sin buscar un mensaje aleccionador
ni ninguna de esas pavadas. Lo único que tengo que hacer es
plantarme y decir: Mi nombre es Diego Miraski y esto es lo que
pasó.
Bien, ¿y qué pasó? ¿Por dónde empiezo? No voy a arrancar
escribiendo sobre mi infancia ni sobre mi adolescencia porque no
recuerdo casi nada, solamente tengo fragmentos desunidos. Me
acuerdo más de las series de televisión que de las cosas que me
pasaban.
Entonces, ¿por dónde empiezo?
Por cuestiones obvias, me parece que lo indicado sería
empezar en el 2001, cuando tenía 22 años. Era el mejor de los
tiempos, lástima que nadie me avisó.
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