Título: La Dama Negra
Editorial Abecedario
Serie: Literatura Nuevas Historias
Nº. Páginas: 374
ISBN: 9788492669639
sinopsis del libro:
Reinventarse tras un divorcio conflictivo es difícil, y más si has de dejar atrás una gran estela de violencia y cicatrices. Pero Emma Alvarado consigue seguir adelante y volver a sentirse viva, mujer, en los brazos de otro hombre: un renombrado fotógrafo de piel negra, hecho que conseguirá atraer de nuevo la atención de su expareja sobre ella, desatando una obsesión enfermiza sobre su entorno más próximo, golpeándola donde jamás sospecharía ser dañada. Y ¿qué puedes llegar a sentir cuando descubres que tu marido es un asesino?
Emma se verá empujada por este hecho a un destino incierto, desde las costas de Galicia hasta las selvas más profundas e inhóspitas de Colombia, buscando al hombre que consiguió arrebatárselo todo.
Una conmovedora historia de amor y odio que nos demuestra con claridad terrible los entresijos de la mentalidad humana, y todo aquello de lo que es capaz el hombre. y la mujer.
¿Como construyó la obra?
Conseguir la ambientación en la actual "Colombia de las guerrillas" me costó casi 2 años. Mezclo la temática de la violencia de género que se da en España (en el 2003 murieron tantas mujeres a manos de sus parejas que la novela nació después casi como una necesidad), y la situación política y social en Colombia, puesto que Alejandro, el ex marido de la protagonista, es uno de los cabecillas de uno de los cárteles más poderosos del país. Galicia y Colombia están hermanadas en el relato, y al parecer llama la atención el final y su "nada es lo que parece", que es mi homenaje particular a la obra de Antonio Buero Vallejo "La Fundación", lectura obligatoria en el colegio pero que me impactó muchísimo.
Extracto de la obra.
Emma sale a la calle y mira a su alrededor, fresca y renovada. Ha dormido como
nunca antes durante ese penoso año. Consulta la hora en su reloj. Las ocho de la mañana.
Se aprieta la goma de su coleta y echa a andar mirando el mundo tras los cristales castaños
de sus gafas de sol. Una pancarta señalando la dirección del aeropuerto El Dorado aparece a
su izquierda. Emma se sujeta mejor la bandolera verde tras la espalda y mete las manos en
los bolsillos. Tiene que empezar a pensar cuáles van a ser sus pautas de comportamiento de
ahora en adelante. Al fin y al cabo ha matado a un hombre y sigue tan campante.
Pasa justo al lado de la plaza de toros y se estremece. Nunca le han gustado las
corridas. El matar a un animal sudoroso, cansado y casi exangüe le parece una atrocidad.
Además, sabe que una semana antes de la corrida apalean al animal todos los días para
minar sus fuerzas. Lo gracioso sería ver torear a un maestro sin las banderillas, de modo
que el toro no fuera perdiendo la vida gota a gota. “A ver quién se atrevía entonces a saltar
a la arena” masculla. Sigue caminando y atraviesa pensativa y silenciosa, sus zapatillas azules
resbalando sobre la hierba, el Parque de la Independencia. Alza los ojos dorados al cielo,
despejado y sereno como pocos. Está segura de que acaba de comenzar un día agradable.
-Señora, tenga la bondad...
Emma se da la vuelta y se queda mirando a la criaturita que acaba de retenerla
tirando del asa de su bolsa. El corazón le da un vuelco. Apenas tendrá cinco años. “Como
Gabriel ahora” medita.
-¿Qué quieres, cielo?
El niño parece asombrarse de que lo haya llamado de ese modo. Emma lo
contempla sin saber si lo que siente es ternura o una nueva y desagradable aversión.
-¿Me compra las flores?
Emma se queda mirando el ramo marchito y roto que con manita temblorosa le
ofrece. Tiene que respirar profundamente varias veces para serenarse. Le ha venido a la
mente el día de su treinta cumpleaños, cuando Gabriel se le acercó tambaleándose sobre
sus pequeñas piernas para acercarle a la nariz una delgada margarita.
-¿Vendes flores para pagarte la comida? –pregunta con suavidad.
El niño, muy moreno de piel la mira con sus ojos enormes y muy claros. Entonces
ella repara no sólo en su carita tiznada de hollín, tierra y lágrimas, sino en su ropa sucia y
andrajosa. Se agacha para quedar a su altura y se quita las gafas para verlo de cerca.
-Sí, le doy el dinero al Chévere y él después me da comida si me lo merezco.
Emma siente que la rabia prende en su espíritu.
-¿Y quién es ese Chévere? –pregunta apartándole el cabello del rostro. El niño
retrocede espantado ante la súbita caricia. “Casi como hacía yo cuando Alejandro se
acercaba con cara tierna para terminar descargándome encima una lluvia de golpes” cavila.
-El Chévere es el hombre que se acuesta con mamá.
Emma deja escapar un suspiro resignado. “El mundo es una mierda” masculla. El
niño vuelve a alzar las flores indeciso. La gallega sonríe. “Ya no me duele tenerlos cerca”
medita mientras observa al pequeño. Al poco de morir sus hijos no soportaba la sola visión
de un bebé y parecía caer enferma si por casualidad algún niño se le acercaba.
-Vamos a hacer una cosa, ¿vale? –el muchacho titubea–. Te voy a dar dinero pero
no es necesario que me deas las flores.
-Pero usted me paga por ellas....
-No importa. Eres un niño muy bueno y así podrás vendérselas a otra persona.
Emma le tiende un fajo de billetes que el niño contempla atónito.
-No cuestan tanto...
-Da igual –exclama Emma mirándolo enternecida y un tanto furiosa–. ¿Cómo te
llamas?
-Guzmán, aunque me llaman el achicopalado porque siempre ando muy triste y flaco.
-Yo soy Emma. ¿Tienes hambre? –le pregunta de repente.
El estómago del muchachito berrea.
-Bueno, ya tengo la respuesta –ríe ella–. ¿Me acompañas hasta ese puesto de
perritos calientes? Quiero regalarte uno.
El niño muestra una sonrisa muy blanca. A Emma se le rompe algo muy dentro.
Tiene que cerrar los ojos con fuerza para reprimir las lágrimas.
-Sí, por favor –ruega él.
Emma lo toma de la mano y se acerca al gordinflón de la caseta.
-Deme uno de esos y envuelva otro para comer luego.
El hombre prepara con manos grasientas el bocadillo. Emma se pregunta si no será
demasiado higiénico en sus maneras, esto es, aceitoso hasta el ralo cabello y con los mocos
colgándole de una nariz que más bien parece una patata.
-Ten, meu pequerrechiño –dice Emma.
El niño la mira con el entrecejo fruncido.
-¿Qué ha dicho?
-He dicho: Ten, mi pequeñito.
Guzmán sonríe, los dientes manchados de mostaza.
-¿Y qué idioma era ese? ¿Portugués?
Emma ríe y lo insta a sentarse en un banco a su lado.
-Hummm casi aciertas. Es Gallego. La lengua gallega es la mamá histórica de la
portuguesa.
-¿Y eso en qué sitio se habla?
-En España. ¿Sabes dónde está?
El niño la mira igual que Miguel cuando ella, nerviosa y alterada, intentaba
explicarle cómo se hacían los bebés.
-No, pero no se preocupe que da igual.
Emma ríe.
Guzmán parece pensar algo muy seriamente.
-¿Qué más palabras sabe decir en ese idioma?
-A ver... picariño.
-¿Y eso que es?
-Esa es la forma que tenemos los gallegos de llamar a los niños pequeños.
El chico asiente mientras, sentado en el banco, menea las piernas que no le llegan al
suelo.
-Luego yo soy un picariño, ¿no?
-Sí, y uno muy guapo.
-Sí, bueno, eso ya lo sé.
Emma, atónita, saca algo de su bolsa mientras piensa en lo espabilado que es ese
muchachito.
-Anda, toma, bebe esto. –Le tiende un botellín de agua que él sorbe gustoso.
-¡Ay, qué bien...!
Lo contempla comer con expresión famélica. A ella algo le dice que ese niño no
suele disfrutar de algo que llevarse a la boca todos los días.
-Ya he terminado –se pone en pie con las flores en la mano–. Muchas gracias.
Emma asiente y le revuelve el cabello cariñosa.
-No hay de qué. Ah, y esto para cuando vuelvas a tener hambre. -Le tiende el otro
paquete. El niño pone tal cara de felicidad que Emma siente ganas de llevárselo con ella–.
Guzmán, escucha, si vas a andar tú sólo por ahí ten mucho cuidado.
-Sí, señora –dice abrazándose súbitamente a una de sus piernas–. Ya sé que no toda
la gente es tan buena como usted. El otro día un hombre malo me robó las flores y casi me
obliga a irme con él a una esquina oscura, pero yo escapé.
Emma siente el amargor de la bilis subiéndosele a la boca, asqueada.
-Sí, hay gente muy mala, pero tú hiciste muy bien.
El chiquillo se aparta y agita la mano.
-Es una pena que se marche –comenta él con voz grave–. ¿Sabe? Me hubiese
gustado que usted fuese mi mamá. Parece un ángel o una de esas señoras que a veces veo
por la tele. ¿Cómo se llaman?... ¡Ah, sí, novias! Parece usted una novia.
Emma lo observa caminar alegre y con el estómago lleno hacia un grupo de turistas
japoneses que no cesan de hacer fotos. Parece una novia. Su expresión se congela, la sonrisa
extinta en sus labios. La abuela Estrella siempre las llamaba así a Helena y a ella. Sobre todo
cuando buscaba sortilegios malignos pasando ante sus rostros una navaja bañada en agua
bendita y rodeada de un rosario. Las novias, sí, pero las novias de la muerte.
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