resto
Nunca me imaginé estar invitado a una fiesta así.
Con unas esferas blancas, amarillas y rosas
que ruedan hacia la barra porque hay promo hasta las 3: 100 por 1.
Con una cuchara de plata espejada
del tamaño del Obelisco
que nos revuelve y nos devuelve reflejos parcos.
Las esferas amarillas y rosas
se ponen blancas
y las blancas se quedan blancas.
Y todas salen en algún momento
con destino a lenguas, narices, entrepiernas. Muñecos y muñecas.
Pero siempre queda un resto,
una pasta inútil que no aspira a nada.
Siempre queda algo en el fondo de la olla.
Yo también me quedo ahí,
esperando,
resistiendo.
Me pego en los bordes.
Yo también soy lo negro, lo sucio, lo que sale baratito.
El
cuerpo no va más
Los políticos de mi país
se serruchan la cabeza.
¿Duele? pero los publicistas insisten:
se serruchan la cabeza.
¿Duele? pero los publicistas insisten:
El cuerpo no va más.
Un pibe, por un pancho y una coca
te la mete bien adentro varias veces.
Pero siempre caen.
Caen aplanadas y boca abajo.
Alguien cruza Diagonal Sur y las pisa
distraído,
y hay algo adentro que le dice
que sí, que está bien,
que por algún lado se empieza.
Quiero
comerme la política…
Quiero comerme la política
con las manos,
ensuciarme con la grasa de sus hombres.
Pero antes de comerla
quiero cazarla: pescarla
merodeando el mundo
como una gacela
mirando a los lados pero sin verme
moviendo sus cuernitos ingenuos y cobardes
pastando de los músculos nuestros
mordisqueando despacito nuestros nervios,
tan vieja y aburrida.
Entonces yo le caería por atrás
como un toro calentón
como un tren.
No estaría solo.
Le haríamos un tacle y la secuestraríamos para siempre.
La clavaríamos en la frente de los pibes.
Viajaría más rápido que un tweet.
Le daría a los militantes
por fin
algo de qué hablar.
Quiero comerme la política.
Quiero sentirla entre los dientes y en la lengua
cruda pero fresca,
quiero chupar su sangre roja
como las flores y como el fuego.
Puente
Lejos.
Mi boca hace monumentos inútiles
en la inmensidad del desierto.
La ciudad parece nueva otra vez
si no se probaron ya sus espejos blandos.
Más lejos.
Ciego de soledad y datos
todavía la escucho gemir, gemir.
“Las murallas previenen la guerra”, decían.
“Las antenas atrapan las almas”, decían.
Pero no hicieron nada.
Me fui. Juré no volver hasta construir un puente
que no pueda cruzarse con piernas.
Me fui en silencio y te extrañé.
Mi boca hace monumentos inútiles
en la inmensidad del desierto.
La ciudad parece nueva otra vez
si no se probaron ya sus espejos blandos.
Más lejos.
Ciego de soledad y datos
todavía la escucho gemir, gemir.
“Las murallas previenen la guerra”, decían.
“Las antenas atrapan las almas”, decían.
Pero no hicieron nada.
Me fui. Juré no volver hasta construir un puente
que no pueda cruzarse con piernas.
Me fui en silencio y te extrañé.
1ra conversación sostenida entre
Justiniano y su televisor,
o los productos
hechos con huesos humanos
tensión
Justiniano había hecho un
descubrimiento que revolucionaría su enclenque transcurrir: ante la eterna
insatisfacción al querer higienizar sus mandíbulas de ballena blanca con
relativo éxito, un buen día se levantó con la oreja izquierda y lo vió. El
cepillo para lustrar zapatos de cuero talle 48 se le exhibía pornográficamente,
es decir, desnudo y con las cerdas al aire. Sin pensarlo ni un octavo de vez,
cazó el enorme adefesio y lo sacudió con firmeza dentro de su caverna facial al
compás de Bungalow Bill. "Con los dientes así de limpios y
lustrosos", dijo, "hasta podría hablar con mi propio televisor".
Y
así lo hizo.
Ni
había agarrado el control remoto que las oficinas de ventas YAMELLÁ ya lo
estaban esperando del otro lado.
- ¡Muy pero muy bienvenido al mundo
mundano de los eléctricos aunque domésticos electrodomésticos! ¡Los productos
que verá producirán asombro hasta a su propia sombra sombría!
Los labios diamantinos de Justiniano
comenzaron a dibujar un tímido cornalito.
- ¡¡...vea la evidente vehemencia
de las vivas y vertiginosas vidrieras que se exhiben a su visióónnnnnn...!!
- ¡¡VIVAAAAAAA!!- vitoreaba la regordeta asistente, con su ensayada
expresión de asombro a lo lavarropas abierto.
- vivaaa...- repetía un Justiniano en
estado hipnótico.
- Estás en lo correcto, sí, a
correr correspondería en materia de acarrear nuestros cargados
carrrrrrrrrritossss...- el presentador se detuvo unas dos horas y media
para sembrar el suspenso necesario, temblando y con un brazo medio alzado como
una pava acercándose a su punto de ebullición, y coronó: DE PRODUCTOSS!!!!
De la nada y en completo destiempo
reventaron unos aplausos y risotadas agudas de la primera temporada de
“Friends” grabados negligentemente con una videocasetera del año del pedo.
Justiniano
reforzó la algarabía como correspondía en el caso. Su boca era ahora una
compuerta de castillo medieval; su baba, cristalina como un enjambre de
noctilucas.
Pareció
querer decir algo (creemos que la palabra "productos"), pero fue
bruscamente interrumpido por la caja de lumbre:
-NO! NOOO! No diga usted nada,
nadador nudista ninguneado por la nadina ciudad, háganos un favor y cierre esa
bocota de lagarto y lárguese a alargar su largo lago de deseos que se debe y
merece mecer en su...- el engominado sujeto metió sendas manos en su
esmoquin blanco hasta el fondo, buscando la palabra adecuada en su machete. La
secretaria abrió su puerta redonda repleta de ropa sucia y se le adelantó: NECESEEEEEEEEERRRRReeeerrreeeereererereeeerrrrrrr...eeer...rr...er
- y siguió así rugiendo bajito, presa de un orgasmo léxico, aunque más bien
le apagaron el micrófono con cautela para que no se note.
Todo se desenvolvía popa en viento
hasta que Justiniano soltó:
- Ahora quiero hablar con ustedes.
El pequeño aparato azul uniforme de
comisario chorreaba un silencio que daba miedo, un silencio que nunca antes
había hecho, ni siquiera estando apagado.
La
asistente liquidaba sus esmaltadas uñas a dentelladas y miraba a los costados
buscando tal vez más dedos.
El
presentador dijo con solemnidad:
- Sus órdenes serán ordenadas,
ordenador. Comencemos el exordio para exonerar dudas macanudas.
El televisor chillaba y relampagueaba
que parecía una sartén endemoniada.
distensión
- ¿Quiere acaso saber para el caso,
sabio y curioso televidente ansioso- preludió
con brillantez el presentador - cuál es nuestro largo catálogo análogo al
más lábido competidor?
- No, presentador- rimó Justiniano.
- Quiere usted inquirir, hombre de
buen vivir, el entrar y salir de nuestro stock, o venir y presidir con los
otros el show?
- No, presentador- repitió Justiniano, ante la incapacidad que siempre
tuvo a la hora de eslabonar más de un verso asonante o consonante.
- ¡¿Entonces?! - dijo
irritado el presentador, y al notar la mirada absorta de Justiniano, garabateó
con los labios: ehm, hombre de voces sin toses?
Entonces Justiniano se conformó,
porque él nunca tosía, y replicó a su vez:
- Todos los productos que ofrecen
son blancos, ¿de qué están hechos?
Y ahí el presentador no lo dudó e hizo
un ligero ademán para que un piano comenzara a sonar en el ambiente. Todo
prefiguraba una divertida canción:
¡Todo lo que hacemos, lo
amamos
siempre al mejor precio,
lo damos
toda otra oferta
mejoramos
y a nuestros clientes muy
felices los dejamos!
Sobre la palabra "dejamos"
el piano dio dos martillazos como lo exige todo jingle publicitario exitoso, y
el presentador hizo manitos de jazz.
Cuando
Justiniano creyó que estaban eludiendo sus inquietudes con sutilezas y engaños
acartonados, la secretaria agregó como quien suelta sin quererlo un eructo
bestial:
¡Todo lo tenemos y
ofrecemos de blanco
pues todo está hecho con
huesos humanos!
Sobre la palabra "humanos"
al piano se le cayeron dos baldosas desacompasadas, como quien nota sobre la
marcha un error garrafal en el guión practicado con severidad minutos antes. Y
el presentador hizo manitos de jazz lo mismo, aunque la expresión facial era
insostenible.
El
televisor se apagó dando a entender que sus dudas fueron disipadas como el agua
ahorca al fuego.
Justiniano
se largó a llorar un llanto de niño con su boca de sarcófago, tapándose las
fauces con sus dos calamares de dedos, quién sabe si de espanto o de
aburrimiento.
FIN (?)
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