Sobredosis de Introspección
"Merodeando decide vivir,
sin pensar a donde ir,
amigándose con su mas intimo enemigo
decide seguir,
ahora en manos del destino,
se encuentra con su sentir."
Todo
comenzó a acontecer desde muy temprano, ni el primer gallo había cantado para
cuando sus padres habían decidido entregar su tan preciado tesoro en manos de
aquellos dos que desde un principio tuvieron problemas para fecundar su propio
amor, en manos de aquellos dos que creyendo saber enseñar a crecer, formaron a
aquel ser en el cual una vida ya resignada sólo se regia por el propio derecho
de la soledad y la propia compañía de su alma.
Buscando
vivía, por los rincones también se escondía, aislado respiraba, aisladas
soñaban las venas que por su cuerpo corrían. Con el atardecer no dormía, ni
sentado descansaba, con la lluvia gemía, y por las noches cantaba.
Miradas
cruzaba, con la gente que lo rodeaba, sólo mirando ojos veía, lo que ellos
poseían, sin rencor ni compasión caminaba, mientras más miradas cruzaba, viendo
así como esas miradas lo encontraban en vísperas de un futuro, en vísperas de
un mañana; mañana que muy lejos de él vivía, de un mañana que desde lejos lo
miraba.
Solitario
era el ser que perseguía, sin cansancio y nunca sin ganas, era como siempre
respuestas hallaba, a esos millones de porque que en su frente sudaban,
pequeñas gotas que su frente marchitaban.
Corazón sí
que poseía, era exclusiva la poesía que lo marcaba; flechado desde aquel día en
el cuál vio en otros ojos, reflejada su mirada.
De misma
edad construían amor sin penas ni agonías; sin saber lo que causaban, a cada
minuto más pasión los encontraba, sin saber lo que causaban, de lujuria vivían,
sin saber lo que causaban, dentro de ellos el amor crecía.
De los más
errantes de los pasajeros, surgieron posibles supuestos en conceptos, fue
regalando nada con el todo que su capa cargaba, visitaban urgencias,
acariciaban llamas y desnudaban deseos, eso sí, les gustaba exponer a sus
deseos, jóvenes de alma y de sangre; juventud, si, era juventud el más temprano
de sus excesos.
Olvidándose
de lo que soñaban, es como ahora sus almas se perdían, olvidándose de lo que
soñaba es que su corazón se reprimía, sangraba y bombardeaba y sufría y
lloraba, perdonaba, tampoco se rendía, solo latía, solo lo esperaba, porque él
sabia lo que venía, sabía como lo esperaba, sabía donde yacía el amor que a él
no lo lastimara
Pero como
los sueños no vivían, de sus sueños solo hablaban incluso cuando dormían,
incluso cuando se miraban, en el medio siempre se hallaban, las voces de los
demás que a ella asustaban, que a ella socorrían y asfixiaba, que a él no lo
respetaban, que a él no lo perdonaban, y menos consentían. Simpatía no
compartían, desgarradoras eran las miradas que a su ser poco a poco destruía y
ella no reconocía.
Capitulados
como inseparables, es que se mordían, perdiéndose en lujuria era como
respiraban y la transpiración pasaba a ser ahora la que los unía y a su vez no
los soltaba.
Vírgenes de alma.
Mientras de
la humanidad preguntaba, su alma sólo respuestas formaba, irónicas las mismas,
de risa se vestían, al duelo lo evitaban, sólo jugando con aquella canasta, que
con frutas irradiaba el sabor que en aquel momento sentía, ese pudor que él
tanto rechazaba, el encanto que sólo asco le producía, aquel que sólo reflejado
en espejos se veía.
Dejar
sueños era su destino, perderlo todo parecía ser para lo que había nacido,
humano de carne y hueso sufrido, uno más dentro de ese juego de lo prohibido,
uno de los más atrevidos, pensador en furtivo ¿Fruto maligno o sagrado?
Dejando
rastros. Caminos errados eran los que había dejado, ahora sólo soñaba y era eso
por donde se paseaba, donde él siempre de alguna u otra manera había dejado su
marca, muchas veces disfrazada hasta con máscaras se ilusionaba aquella
cuestión de pensar en un mañana, en el cuál no se suele saber que es aquello
que el futuro desengaña, y nos ata a redimirnos y hasta fruncidos nos ataca,
dejando su rastro con cada instante de este momento ya pasado. Engañosa aquella
figura que se reviste de arrugas, que era dentro de cada luna donde se
escondía, y era dentro de cada luna, donde con más fuerza latía, ese pudor de
no dejarnos ver nuestro día a día, aquella muerte que de largos sueños se
vestía, aquella cruel muerte que nos crucifica, entre sábanas nos crucifica, y
nosotros fieles mártires de las mismas, por muchas veces no saber ver toda
aquella vida que no estamos dando en nuestro día a día, siendo ahí donde la
naturaleza del perdón habita, maldita debilidad que carece de propia voluntad y
valentía, de asumir nuestro propio rol en este gran océano de vida, que de
"ahora" se denomina, fuego candente que dentro de los corazones
habita, motivo por el cuál el mismo palpita, dándole sensaciones sentidas,
inevitables huellas en la cuál el tiempo no es más que una espina, lastimando a
todas aquellas sorpresas desaparecidas, ya perdidas, ya rendidas por el simple
hecho de decirse haberlas vividas.
Hurgando
muecas perdidas, jamás existidas, es que su mirada de forma ferviente erigía,
siendo así como su propio corazón se ahogaba, dura y fría imagen plasmada
contra las rejas de su propia ventana, ventana lagrimeada, ventana golpeada,
ventana que no existía, pero ¿de donde surgían esos miedos que las traían?
preguntas de respuestas ya no incomprendidas, simple pregunta de permitía,
maldito que se atrevía y sin escrúpulos decía, que obligaciones él no tenía,
siendo sus sentimientos lo único que él seguía.
Pestañeaba
frente al espejo en este momento, no lo sentía, sólo se veía, esta vez reflejado
en su mirada.
Fueron esos
rasgos los que le remarcaron a lo que él hoy dentro suyo llevaba, aquello con
lo que tanto cargaba, aquello en lo cual ahora logró encontrar el verdadero
significado de sus lágrimas.
Lágrimas,
si lágrimas, y muchas de ellas eran lo que desde adentro el mismo se generaba,
aquello que la luz no conocía, siendo luz lo que le faltaba, aquello que frio
generaba, de esos fríos que congelan el alma con solo una ardiente mirada.
El orden ya
fue establecido y es el caos; aquello ya no se reprimía, ni se suponía, era
todo lo que generaba su apatía, era eso simple que el espejo le devolvía. Debía
hacerlo, y se sabía, que ya no había retorno para volver a refugiarse en
ninguna más de esas penas sumisas, ya vividas, donde habita esa falta de
candidez que congela, pero no enfría, porque era frío lo que ese ser
innatamente poseía, como también poseía poesía, su más grande maestra de la
vida y a pesar de que ya la conocía, era recién ahora que la elegía, para
entregarle su más ardiente sentir de la vida, para liberarse sólo en palabras
escritas, pero sentidas. Ardiente llama que al frío ya no lo quería, que al
frío no lo permitía, pero era su cabeza con la que controlaba aquellas peleas
que con su razón siempre tenía, y muchas veces con más de un abrigo era que
dormía, sólo intentando calentar sueños que con frío no salían, buscando apagar
ese frío seco, que gracias a su razón era que existía, maldita razón que lo
hacía olvidar que sentía, maldita razón que sigilosamente lo vigilaba y no socorría,
cuando por esas desgracias en él mismo se hundía, dentro de su cabeza, se
hundía.
Mañanas de
un ayer que quieren desaparecer, mañanas de un ayer que desesperan, mañanas que
desayunando no se alimentan, mañanas de colores que hoy nos muestran, toda la imposibilidad
de volver a vivir algo pasado, angustiado en recuerdos y sin descifrarlos, vive
el olvido, haciendo revivir mi pasado. Sentimientos ya sufridos, sentimientos
ya pactados, que de a poco se mecen en mi sentir diario, esta vez no era por
falta de olvido, el porqué de que ellos todavía estaban vivos, él simplemente
se los alegaba al destino, juego atrevido que él en su deseada inocencia lo
considerada divertido y dándole la mano, siempre bien dispuesto a recibirlo,
dejaba al azar jugar mano a mano con su destino.
Nunca
tímido, ahora si, no eran las sonrisas las que lo guiaban, no era el fin de una
simple batalla lo que avecinaba, principios de guerra eran lo que se escuchaba
dentro de su mirada, lo que la mantenía cargada, nunca tímido, impulsivo, hasta
sarcásticamente impulsivo, amante del dolor y digno rival del mismo se
consideraba cuando le dejaba al azar la responsabilidad de marcar cada momento
en su preciso instante.
Imposiciones
de ningún cargo era las que tenía, ya que con ellas muy bien no se llevaba,
tampoco reía, rencor les tenía y sin miedo las miraba, siempre desafiaba,
generalmente eludía, pero siempre, como pocos hubo, siempre las vencía.
De
vivencias no vivía, sólo su cuerpo era lo que le dolía, pesaba, paseaba,
desnudaba, entregaba y regalaba, entregaba y sufría, y en cada entrega
constante que se hacía, era él el único que perdía, ya que dejándose de lado
yacía aquel ser que ahora de mujeres vivía, ser cuya felicidad ya había dejado
de ser inofensiva, cuya impulsividad carecía de fuerza, cuyo verdadero valor
aún no había sido concebido, ni frustrado y hasta muchas veces nunca querido.
Largas
noches lo seguían, mientras los días no pasaban, largas noches eran ahora las
dueñas del castigo de su alma.
"Por
haber soñado y no dormido,
por haber
llorado y no perdido,
por haber
peleado y ganado,
por haber
gritado y no sentirlo,
por haber
muerto en aquel rito,
donde el
amor es el dueño mientras nosotros,
pobres
esclavitos, humillados nos sentimos
en el
encuentro casual con aquel amor aturdido,
amor
selectivo, de los amores mas rígidos."
No hay comentarios:
Publicar un comentario