lunes, 26 de marzo de 2012

ULISES PASTOR BARREIRO




RESEÑA DE LA NOTICIA:
En el año 2012 el escritor Pastor Ulises Barreiro publico su último libro literario, Fantásticas historias de San Telmo, (formado por 3 cuentos cortos fantásticos) en la Republica de Bolivia, y de Argentina. El mismo es un interesante libro que nos hará viajar al místico barrio de San Telmo, un pintoresco y mágico lugar de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.






21 de diciembre de 2012

Faltaban 12 minutos para que el día 21 de diciembre de 2012 se hiciera presente. El joven
argelino Zineddin Rachem “descreo en todo” (así le decían) permanecía durmiendo
en su cama recostado como absorbido por la circunstancias del momento.
Zineddin vivía en una pensión del barrio de San Telmo; su habitación era de apenas
unos cinco metros cuadrados, con un pequeño balcón tan antiguo como la misma ciudad.
Vivía en un piso séptimo que daba a la calle Perú, en pleno barrio de San Telmo.
Por algún motivo que desconocía, Zinedin tenía una mala sensación; como si algo indeseado
estuviera por acontecer. Le parecía, no sabía porqué, que este 21 de diciembre sería
distinto a los demás, a los demás que el recordaba.

La preocupación era grande. Al fin y al cabo no sólo los mayas habían anunciado que el fin del mundo llegaría el 21 de diciembre de 2012, sino que otras civilizaciones de antaño también habían hecho hincapié en la fatídica fecha.

Sus amigos, lo habían bautizado “descreo en todo”. Zineddin era un joven normal y
corriente, de esos que van detrás del sentido comun, y ademas trabajaba de lo que fuera surgiendo. Recientemente había sido mozo en un club privado, ubicado en la calle Agüero 1916, en Barrio Norte. El establecimiento se llamaba “Spartacus”. Allí le habían puesto ese apodo tan original, aunque a veces simplemente le decían “negro”, por el color de su piel, que obedecía a los colores y rasgos clásicos de muchos argelinos.

Su trabajo en “Spartacus” acabó la noche en que mostraron públicamente el video en
un tétrico programa moralista de TV, llamado “Hora Clave”. En pleno horario central,
la emisión reproducía un video en el cual se observaba a una persona muy parecida al juez
Oyharbide manteniendo sexo con otro sujeto vestido de gladiador Romano… La ambientación
evocaba la Antigua Roma, pero no la legendaria Roma de Tito Livio sino la del Imperio,
la del Satiricón y su crónica de vicios, la de Nerón y Tiberio y sus clásicos “grieguitos” (como la definía mi amigo Hugo). Ese video sexual del juez implicó el abandono de Zineddin de su trabajo de mozo, por el cual recibía una muy buena paga.

Mucho tiempo después comentaría que “Spartacus” tenía una muy selecta clientela y
que esas filmaciones eran frecuentes. Se trataba en realidad de un modus operandi que
se utilizaba como recurso extorsivo para ciertos fines políticos, con la colaboración de los
muchachos de la calle Libertad y Arenales…

Desde aquel día en que dejó de trabajar en “Spartacus” su suerte laboral se tornó más caótica. Por suerte para él, en la anárquica ciudad de Buenos Aires nadie recuerda el rostro de un inmigrante argelino, así que de un día al otro pasó nuevamente al anonimato. Consiguió trabajo como vendedor ambulante en los subterráneos. Comerciaba mercadería que la aduana confiscaba y ponía a la venta por remate.

***
Mientras sus pensamientos se hundían en estos recuerdos; el fin del mundo se acercaba.
Ya solo faltaban seis minutos para que en Buenos Aires -que se encuentra a los 34º-36'
de latitud y a 58º-26' de longitud- todo llegase a su fin… Zineddin decidió levantarse de la cama, veía que le sería imposible dormir; el miedo y el pánico lo atravesaban hasta la médula
espinal. Con suaves y temerosos movimientos, como los que realiza un roedor cuando
el gato lo está observando, se incorporó sobre la cama sentándose. Sus negros y largos
pies tocaron el piso de madera -opaco por la clásica falta de mantenimiento que los pisos
de madera sufren en las añejas pensiones de San Telmo- de la pobre habitación.
Sentado sobre la cama, se incorporó poniéndose de pie y caminó un metro hasta llegar a
un pintoresco pero grotesco mueble de madera, el cual tenía tres cajones. Si yo definiera a un metro como una milésima parte de trillones de segundos en que un rayo de luz tarda en recorrer esa distancia, podría decir que Zineddin caminó exactamente un metro desde su cama hasta el
mueble añejo de madera de origen chino. No caminó ni un centímetro más ni un centímetro
menos, simplemente un metro.

Cada cajón de este mueble tenía un manillar de bronce en el medio. El mueble era
tan viejo como la misma fiebre amarilla que azotó al barrio hace tiempo. Zineddin, en el
primer cajón, guardaba medias y calzoncillos.
En el segundo remeras y en el tercero, los pocos objetos personales que poseía, pues no
solamente era una argelino con la virtud de la humildad, sino también pobre en lo concerniente
a medios materiales. Prendió la radio para ver si en la distante China ya había comenzado el fin del mundo… Conocía la diferencia horaria que nos separaba del lejano mundo de los caracteres
mágicos y los sabios clásicos. Llevaba puesto su short de Boca Juniors y el resto del cuerpo sin ropa alguna, tan solo ese pequeño encrucijado pantalón que le tapaba los genitales.
Una vez encendida la radio, inmediatamente comenzó a transmitir noticias desde
china, pues parecía que la sicosis era colectiva.

Lo que Zineddin Rachem sentía no era algo personal sino sensación social cristalizada
y más que colectiva… Quizás algo similar se había sentido en los Estados Unidos
de Norte América en el siglo pasado, con “la guerra de los mundos” de Orwell.
Zineddin dejó la radio prendida a todo volumen y salió al balcón, era una cálida noche de diciembre; su cuerpo se encontraba reconfortado por la agradable temperatura. Lentamente
comenzó a mirar hacia las estrellas. A simple vista no vio nada… (Como todo mortal
cuando mira al espacio exterior.) Mientras su globo ocular perfilaba finamente hacia el
espacio exterior vio como otros mortales de otros edificios también esperaban con incertidumbre, posados en los balcones, como palomas estacionadas en los cables de luz,
esperando a ser cazadas.

Apoyó sus manos en la baranda de hierro. Pensó en el hierro, inerte a todo cuanto acontecía
en el planeta tierra, espectador ajeno a la cuestión del fin de la vida humana. Al fin y al cabo, si algún meteorito se estrellase contra la tierra o si la actividad sísmica se multiplicara por mil en la corteza terrestre, el hierro seguiría existiendo; a lo sumo cambiaría su forma física, pero no desaparecería. Entonces, según estas premisas, esta materia en su esencia no tendría de qué preocuparse.

A Zineddin poco le importaba lo que el hierro pensara. Escuchaba en la radio una tétrica
voz femenina informando que algunos volcanes de China estaban entrando en erupción.
Allí el 21 de diciembre ya había comenzado hacía horas. El muchacho Zineddin ya
no tenia dudas; su destino estaba cantado y no iba a poder escapar a la parca cósmica.
Mientras la radio trasmitía nefastas noticias sobre el incremento de la actividad sísmica,
en el cielo visualizó pequeños movimientos de objetos que transitaban por la galaxia…
Zineddin no sabia de astronomía, como el 99% de las personas, pero sí podía darse
cuenta de que lo que veía no se correspondía con cuerpos celestes siguiendo movimientos
elípticos… ¿Se trataría de meteoritos viajando por la galaxia? ¿Meteoritos cuyo único
fin sería impactar contra el planeta azul? ¿O seres inteligentes que venían en rescate de un
minúsculo grupo de humanos? De aquellos con conciencia de especie, aptos para vivir
junto a otros seres de este universo…

No podía encontrar respuestas a estas preguntas, pues si fueran meteoritos él moriría y
si se trataba de seres inteligentes, él también moriría; porque a Zineddin sólo le importaba
trabajar, ganar dinero, mirar fútbol por TV, tener sexo y comer carne de toda especie de
animal que caminase sobre este planeta…
No había posibilidad de permanecer vivo… Simplemente era cuestión de tiempo, para dejar de existir… Mientras sus pensamientos viajaban por estas cuestiones faltaba solo un minuto para que el 21 de diciembre empezara. Como todo el mundo veía “cosas en el cielo”, la voz femenina de la radio, en un débil intento por aplacar el miedo, recordó que en un reciente Congreso de Astronomía se había llegado a la conclusión de que los “organismos inteligentes son parte constitutiva del universo, como las galaxias y las estrellas”.

De todos modos, ya para los humanos era tarde. Para ese entonces, grandes luces desde el
infinito espacio exterior, parecían acercarse a la tierra. Zineddin pensó que sin duda había
llegado su fin. Lo aterraba tanto la idea de ser aplastado por un pedazo de roca galáctica
como el encuentro cercano con un ser que no fuera humano; su mente no estaba preparada
para eso… Sin vacilar, mientras la radio informaba de una ola masiva de múltiples suicidios de todo tipo, con firmeza se agarró al crudo hierro, y de un solo movimiento brincó por arriba de la
baranda. En cuestión de segundos su cuerpo entero se encontraba del otro lado del hierro, suspendido, por milésimas fracciones de segundo, en el inmenso vacío. La gravedad de
nuestro planeta, como en un acto de justicia divina, se encargó de la dulce venganza cósmica.
Zineddin, un trozo más de materia cósmica, caía al vacío por el propio peso de su cuerpo.
En sus últimos reflejos de conciencia humana veía cómo la incertidumbre de otros mortales
en otros balcones provocaba el mismo acto. Simplemente se arrojaban al vacío. Su cuerpo ya estaba sin vida sobre la calle Perú.

El resto de los mortales no vivió mucho más. Una lluvia de meteorito, según informó
la radio, estaba dando de lleno en la otra cara del mundo, en el territorio chino. A medida
que la tierra realizaba el movimiento de rotación, los meteoritos comenzaban a impactar
en nuevas áreas terrestres. Al parecer venían del mismo sector cósmico, navegando por el
infinito universo… y en su camino se topaban con la indefensa tierra… Ni la gravedad terrestre
nos pudo salvar de semejante cantidad de roca cósmica.

Los meteoritos arrasaron con todo, hasta con los satélites y gran cantidad de basura
cósmica que giraba alrededor de nuestro planeta. La lluvia era implacable, fue una perfecta
máquina arrasadora. De esta manera le llegó el turno a Sudamérica y la cosmopolita
ciudad de Buenos Aires.

En segundos desapareció por completo junto a todos sus habitantes, ni las cucarachas
quedaron con vida… No fue más que la venganza divina del universo sobre esta
minúscula raza de seres vivos que existió alguna vez. Los humanos, hasta habían llegado
a creerse dueños del cosmos y del centro del universo.



FIN

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