Los barros de los días que aún no llegan
en las aguas embravecidas
resistiendo
sintiendo
la lengua de agua
transformadora
despojarme en el viento mientras camino sobre el agua
saber que existo como un águila
hundirme para ser
la ceniza musical
que abrirá
un haz de sol pequeño
ancestral
como la sombra escurridiza
de mi pecho bailador.
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La sacerdotisa
Hace su reverencia. La mujer responde en silencio, con los ojos abiertos y oscuros, precisos, desde su trono. El velo detrás de ella, para acelerar los latidos de él cuando el libro le es entregado. Ella sonríe, y desaparece entre los pliegues del vestido azul. Él camina. Se acerca. Corre el velo. Las estrellas celebran. Círculos de agua se suceden entre los planetas. Su carne ya no es de este mundo, se transformó en águila ese hombre. Surca el cielo plateado, cada vez más rápido, rápido, hasta hacerse tiempo.
Ella cierra el libro, que tiene ahora un dibujo nuevo, un águila cruzando el cielo; ella corre el velo, cierra los misterios; y vuelve a su trono.
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Zarzuela de la semilla
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