Fragmentos de: "Arin".
MENDIGO ENTRE EL RUIDO
Yo esperaba que el fuego me dé las alas que necesitaba para sobrevolar el otoño. Me peleé
con el ruido, en mi todo era un espacio que vibraba.
Mis ojos blancos escalaban figuras de sombra opaca.
Yo buscaba congelar las palabras hasta que se produjera una ruptura que me estremezca.
Yo anhelaba el sentido y dirección de mis caóticas palabras.
Desesperado por el tardío aterrizaje de las aves, invoqué la tormenta, rellené a las tumbas con
luz. Buscaba detener la separación, hallar la perfecta concordancia sonora entre el ángel y la
bestia.
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DESDE EL SOL
He anticipado la tormenta, jamás la inundación.
Mi propio error me ha sacrificado dejándome más vivo que nunca. No ha quedado rincón sin
la trampa astuta.
Miro por la ventana y ya no veo aquél cielo rojo sediento de garras. Las cosas son como no
creemos que son ni jamás creeríamos. Deseché los consuelos. Es necesario adecuar este espacio
al caos.
Sobrevuelo como humano la tensión que me aísla del brillo. Rompo los siglos para ver de
cerca al polvo y saber que allí no hay nada más. Exóticos movimientos como bestias se agitan
en la privilegiada nada. Y yo inmóvil sobre un campo devastado sosteniendo con una mano
un ave enferma y con la otra un elefante de oro. No aguanté. ¿Quién aguantaría? Las piedras
un día se atrevieron a pasar fluidamente por mi garganta. No me alivié. Aquella fue la entrada.
El maldito umbral a mis múltiples cielos con aroma a diablo había sido violado.
Mi andar corrompido por el día. Mis huellas extraídas del tiempo tuvieron sombras que dieron
fe.
Pobres señales estalladas como un volcán de hielo azul.
Los signos. Quedan los signos. De ellos solo hablaré desde la seguridad de la locura. Hay
signos de un poblado, de un pozo oculto, de otro blanco aún más intenso e indefinido, sólo
vestigios.
En mi memoria yace la ceniza, el estado nocturno, los rostros que alejé. Abandonaré mi cuerpo
en secreto, como al nacer, como en la infancia suplicada. No haré nada. Como todo el
mundo a toda hora. Un cuervo se llevó mis ojos, por eso ahora miro en lo negro. Por eso este
poema se deshace en la tentativa absurda de salvarme y yo lo miro de afuera. Desconociéndome.
Aliviándome.
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TREGUA DEL VIENTO
no te espantes
ni temas
por estas palabras semi muertas
temé por lo que no ves
ni existe
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EL NOMBRE AUSENTE
Una flor sembrada en un invierno fuera de este mundo sacrifico mi huida, las pocas luces de
mi olvido estéril. Mis pasos se escondieron entre la niebla y el sol sin dejar huella. Las bellezas
sobrevivientes agonizaron en cuadros, que sólo acentuaron el anonimato del sonido.
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CUIDANDO EL ESPACIO
I
Desemboqué en un río donde las piedras por fin sepultaron a las palabras.
Esta densidad,
este follaje,
que devora al cazador.
II
Dibujo mis ojos
mientras olvido lo que veo.
Así llega todo, todo va llegando,
todo se estaciona y se olvida,
pero nada explota.
III
Tengo que gritarme.
Tengo que confesarme.
Me tengo que contar todo.
Sí, pero en silencio.
IV
Las necesarias e inevitables,
las que no se dicen
pero no paran de saltar.
Yo las extraigo y las perfumo.
Por pereza e incapacidad,
otras veces, simplemente, las dejo estar.
Ahí son ellas las que me extraen,
necesaria e inevitablemente.
V
Un niño se desarma en mi memoria.
Él juega a que es el sol.
Él llena el espacio de flores mientras deshoja al viento.
Él no sabe, por eso juega,
y ojala que nunca sepa.
VI
Convivir, sí.
Conmigo y varios,
todos de perfil,
decretando y escondiéndose en mi sangre.
El espacio esta para huir.
Sólo quiero saltar al mar.
VII
En un sueño vi el retrato del espejo
en el que me miraría una vez que el lenguaje, por fin, logre expulsarme.
VIII
En su rostro algo pesa.
Quisiera dormir.
Dormir.
Dormir hasta que algo pase.
Y seguirá sin pasar nada.
Mientras en él seguirán desfilando silencios.
Con muchas palabras.
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DE PUENTES Y DERRUMBES
Ninguna emoción o sensación puede servirme de puente, a la hora de escribir.
Aquellas apenas son el espejo de las letras volcadas, que previamente, necesitan ser salvadas.
Mi luz más profunda grita. Yo Apilo y sólo puedo empujar de espaldas. No puedo hablar
desde la fuerza, sino desde la suspensión. Cuando me atraviesan no puedo escribir. Cuando
me callo y no intervengo en lo absoluto, es cuando puedo girar.
El gran problema es que soy muy mío... y debo usar puentes. Una palabra que revierta el clima.
Una palabra como pulpo del lenguaje. Una palabra que no haga fallida mi embestida
hacia la nada.
El puente que uso con más frecuencia es la palabra palabra.
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