jueves, 7 de abril de 2016

Gabriel Francini

UN POEMA


a veces encuentro un poema
quisiera encontrarlo todo el tiempo
sería como verme por la ventana
entre las estrellas del sol y la luna
estar ahí y acá al mismo tiempo
entre los pétalos radiantes que van y vienen
bailando la danza cósmica
sería como olvidarme en el borde del río
pasando por los puentes irreales de la vida
y tras la mente beber las llamas
las llamas radiantes que van y vienen
bailando la danza cósmica
a veces un poema me encuentra
me busca para que no muera de pena
me desarma de cada cosa y hace
que todo sea nada y nada todo



PAISAJE INTERIOR


Alrededor de una pared, gira la nube.
La nube que más aleja el viento enloquecido.
Mis pasos aletean sobre la tierra vibrante
mientras el cielo se desnuda una quietud.
Estoy atrás de una catástrofe de esferas,
un germen giratorio de mares que se hunden;
contemplo esos planetas y corazones
como tocando los huesos de mis sentimientos.
En el polvo de esta montaña
donde se aniquilan las ruinas congeladas,
me intensifico al comunicarme con un ángel.
El ángel del sol anegado en el pasto.
El alma se me aparece sonora,
cantando desde el más claro de los árboles
como el pájaro que mordió el viento
o el rayo de luz interfiriendo neuronas.
Se desconecta una catarata
y los densos arroyos vacíos de gritar
me deshojan de tanto silencio.
Lejos de todo, existe un paisaje interior
que pasa por mi ser diciéndome espuma.






EL SOL QUE CREÍ MI CORAZÓN


cuando una senda se esfuma
y lo real es de humo
entonces cómo vivir
esta ilusión que se desvanece?

en qué forma del cielo ya vacía
persistirá el poema
de lo que antes se llamó milagro
y ahora sólo es imposible?

vidas de cristal eran los días
en que el tiempo no se escapaba
horas que eran olas sin mar
en profundo adiós se estrellan

ahora veo la oscuridad
que se escondía detrás de mis ojos
la luz traspasó la luz
del sol que creí mi corazón



DESHACER MI CANCIÓN


Bebí mi sangre en la fuente del río original
para hallarme entre las plumas naufragadas
y fecundar mis albas del día errante.
Encontré las tormentas para romper mi canción
y generar una vibración en la cadena tenue.
Soy montaña de melodía, el que deshace
el mundo para hacerlo brillar
entre los carbones encendidos del camino.
Aislé lo eterno y me fui
al desierto transparente a contaminarme de mi alma
trascendiendo cada sombra de milagro que se va.
Callado en formas de oro quieto, me negué
hasta explotar para la enajenación taciturna
como el corazón utópico de toda realidad.
Y porque la noche es luz en mi inconsciencia,
crepité más hojarasca al volar insomne frío
de extraña rareza, de números blandos
y la fatalidad que es de nocturno plástico.
Me fui a sacarme los pasos, a doblar el rumbo
y conquistar sólo un canto de nieve.




VACIAR


El alma entró en el alma.
Me suicidé. Soy yo.
Me hallé en un árbol desfondado en el ser del ser.
Deshacer,
deshojar aire,
aire de aire,
el viento es nada menos el viento.
Al amanecer de ningún instante,
vivo un poema de verdad:
él es todo, yo soy él,
y me salvó de morir de pena.
Sólo ni nada,
estallar lentamente,
tensar la orilla de dos fríos insondables.
¿Qué hay que no sea vivir o morir?
Entre irreal y real
entre más allá de más allá
y otra otra cosa,
mi alma me vació.
Del laberinto de mis heridas
surgió deshacerme sin sombra
ni sol ni sombra del sol.
La mente se fue por adentro.
Arribé por abajo al árbol rodante
desfondado entre la brisa.
Mi muerte está conmigo,
espera aunque no espera nada;
si ya es, todo es deshacer.
El alma entró en un árbol en la vereda.
El ser, en un instante.

Me vacié.

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