viernes, 29 de marzo de 2013

Ivan Rusch


Del libro inédito “El nido renunciado”

 

 


Córnea negra

 

 

Cebados los inquisidores castellanos en una ojeada,

 

un destello de lucidez prófugo que una negra triste dio,

 

esa de caderas de mármol, tierra mojada la carne,

 

esa la guerra civil de trayectoria vital,

 

raza anfractuosa,

 

a los castellanos subyugas con el ojo.

 

Porque son tus uñas de adobe, ribereña animal,

 

las que marcan, de verdad en verdad, la confluencia

 

del Uyacali con el Marañón. 

 

Rompe, córnea única, la pragmática geodesia castellana,

 

corre por su arteria como eres, como de ayahuasca, 

 

liberadora de memorias del caucho explotado. 

 

 

Sí, en algún siglo. Ya no dan las cuentas para llegar a la cifra, ¿verdad?

 

La certeza de los cuerpos desatados, señor. Ellos saben más. 

 

 

Arráncales la cabeza, córnea, como chancho salvaje

 

que el olvido ha transmutado en odio, desatina

 

los pasos de los bufeos, comanda sus tropas,

 

abre con sus lanzas de engaño

 

sus árboles de castellano vientre. 

 

 

 

A mí déjame esta gabarra, 

 

que río abajo buscará los anatemas de chamanes fusilados.

 

En la pólvora quemada ya los dragones de Iquitos. 

 

 

¿Señor?

 

Fusilen a los dragones. 

 

¿Señor?

 

Fusilen a los dragones. 

 

 

 

 

La indolencia de las casas

 

 

Qué puede uno contra una estampida de nubes, 

 

una bayoneta de grito, una sonrisa de caña y filo,

 

el ojo certero del mustio ministerio,

 

donde sor tras clérigo se suceden los cabellos del otoño.

 

Corre tras ellas, querido, dales caza. No llegarán hoy al Paraná.

 

Qué clase de discordante prisma

 

que busca una fractura

 

que desangre al hueso.

 

No la vida o la ópera, no la tragedia o la máscara,

 

sabrán olvidar todos que mi dolor,

 

como soprano sombra, como perro de agua,

 

degolló una vez los restos

 

que la poesía aun en su féretro guarda.

 

Fractúreseme la sangre, viértase por los laberintos del llanto,

 

que como sabueso imposible seguiré hasta las mismas raíces.

 

 

¿Sería más simple para ti conocer mi sonrisa?

 

Lo sería, pero, ¿Por qué? ¿Por qué no sonríes?

 

Pides demasiado. No tendrás sonrisa. Corre hacia el muelle.

 

Allí los marineros doblan el horizonte.

 

 


 

Naturaleza de los bergantines, carambolas de besos.

 

Quebraré el fino labio del horizonte. Indiferencia infinita.

 

Corro tras la liebre desollada, abro la vagina de la tierra,

 

aspiro el semen de los rosetones centinelas,

 

mino con lágrimas las estepas latentes. 

 

Ya es tarde. Cierro el pecho, la sonrisa en la telaraña

 

de la amargura ya una carta 

 

y de mi mano una guillotina.

 

 

 

El ser y la tumba

 

 

Yo que desarraigo los caminos echados a las lágrimas, que aflojo los tornillos de la luna, oxidada de parvos ojos, de gritos para arriba, de agua estancada en los osarios, yo que lato con el hígado en una pica, con los nervios cimbreados por las eras, ojeo la fiebre y la levanto del manual a la carne, levanto el rayo a la boca de la expresión, friso la soledad hasta la cerviz, muerdo mi puerta, pateo el aullido de las manadas, fluyo por la tinta amarilla, de enfermedad amarilla, verde o lapislázuli, ¿Acaso a los gatos en los umbrales les importa? ¿A los amantes por sangre expulsados? ¿A los que del día han hecho un nido? No. No interesa si dreno la leche de la cabra soberbia o si golpeo mis ojos con el séptimo signo de septiembre. Creer es fe ciega o amor que fluye. Ser es eso que besarán nuestros hijos en la boca de sus segaderas y sobre nuestras tumbas. 

 

                                                                                             -Amor es ceniza.

 

 

 

 

La taza del rey

 

 

Sobre el pecho arrugado la locura divide la sangre;

 

en su ojo izquierdo sulfura, como el azufre en vientres de lunas muertas,

 

la tristeza entera;

 

el derecho guarda la voz de la fibra real.

 

Han pasado los pastores húmedos con las lluvias sureñas

 

y acabaron ocultando los rostros entre la carne del rebaño:

 

no hay oro en los morrales ni gloria en las huellas:

 

tu yelmo yace hendido, fútil rey:

 

tus legendarias monturas han volado hacia la garganta del invierno,

 

donde raspa el anhelo de vino y de amanecer furioso.

 

Indivisibles las bocas dulces, que de tres en tres 

 

arrojabas al fondo de tu opalina taza, serigrafiada con ríos y cabellos:

 

pozo demencial hacia donde rodaban las cabezas que tu amante más fiel, el verdugo,

 

supo desprender de tan preciosos cuerpos.

 

No me recordarás, ni mi canto:

 

vengo de más allá, de tus días rampantes y tus horas afiladas,

 

de la tierra que violaste con tu impulso de toro liberado:

 

soy de esa sangre que no es mía pero que mancha mis ojos:

 

observo tu descenso infernal con los dedos en nudo.

 

Pasados los años y las murallas, conservada la bravura como vegetal deshidratado,

 

te ves, gris, subiendo hacia tus labios tu última taza

 

en cuyo fondo reposan los fragmentos de tu memoria:

 

Tiembla la mano real y la taza cae. La rodilla ha besado el cielo.

1 comentario:

Claudio Itza dijo...

Nunca terminará es infinita esta riqueza abandonada...