domingo, 21 de agosto de 2011

Romina Ernst

Yo.

Salgo del trabajo y me pago una habitación de hotel céntrica; quiero estar sola y lejos de todo lo conocido .
Es en un piso alto y las luces de las marquesinas le dan un toque extranjero a mi interior.
Puedo estar en New York o en Shangai. Me saco el pantalón, desabrocho hasta el segundo botón de la camisa y voy hasta mi cartera de dónde saco mi cajita de madera islandesa, me armo uno finito y me suelto el pelo.
El hotel es decente, hasta me ofrece un par de chinelas descartables y eso no tiene precio ahora mismo.
Me miro al espejo sobre el pequeño escritorio en dónde apoyo mis dos brazos y me acerco lentamente hasta que sólo veo el reflejo de mis ojos. Están cansados pero sonríen.
Me doy vuelta y observo a dónde van a parar las luces. Despacio ubico la silla en el medio de la habitación, abro la ventana de par en par y dejo que todo lo que quiera entrar, entre. Vienen palabras chamuscadas, ráfagas cargadas de aromas indescifrables…sirenas sin destino. Puedo sentir las carreteras, algo del desierto de las Vegas .
Por momentos bordeo pantanos y oigo zumbidos exóticos, las luces entran por mi camisa.
Las constelaciones están todas y llenan la cama. No sé si voy a ser capaz de dormir esta noche.



Magia.

Ahora mismo siento como mi alma se eleva y se confunde con el paisaje nocturno de esta granja perdida en alguna parte del mapa.
Los violetas, los verdes… los rosados se hamacan entre puntos luminosos y me dejan desválida rodeada de un tesoro inesperado e inalcanzable.
Para él es algo de cada dia, para mí es como transitar otra vida dentro de la mía; se recuesta a mi lado en el césped del patio trasero. A metros duermen plácidos los animales, siento que el pecho me va a explotar y se me caen las lágrimas sin que pueda hacer nada; el me mira a mi y se esmera en secar mi rostro.
Lo miro y se que entiende de mi hallazgo, veo en sus ojos el reflejo de los mios colmados de auroras boreales


Por lo alto.


Lo peor de patear el tablero son los paradigmas, pero mi conducta ha sido siempre un misterio.
Yo ya vengo agitada y cuando la ratita negra teñida que trabaja de cajera me dice “ llená los aceiteros”, yo simplemente tomo una decisión; Aquí la jefa de salón soy yo, yo me hago responsable por lo que hay y por lo que no hay, pero como la ratita es diminuta y necesita hacerse ver, pega alaridos chirriantes y se tiene que salir con la suya. Yo me saco el delantal y me voy, hasta acá nomás.
La última palabra la tengo yo; no siempre me conviene, pero me deja satisfecha, me abre el plexo solar. En este caso es cuestionable: quedarse sin trabajo no es algo realmente inteligente, pero tampoco es el fin del mundo. Sobretodo cuando ocurre en un medio en dónde no hay lugar a los errores, que si los hay se pagan…en metálico. Ni hablar si el primer día te juzgan de poco ambiciosa por no trenzarte a las piñas con las demás conchudas que forman el selecto staff para marear y atraer al pobre cliente (víctima), que va a pagar por un café lo que sería una cena completa en cualquier bodegón decente. Yo le digo a la gerenta del local, quizá no sea ambiciosa para tu standard de ambición, pero fíjate que estuve en lugares que ni figuran en el mapa…cruzando el Atlántico. Me mira con ojos de murciélago con ganitas de picar, pero ya abrí el juego.
Ahí viene la Betty Page del equipo, camina como dando saltitos , tiene muy lindos ojos pero el efecto ojos-flequillo se derrumba con los bigotes tipo Cantinflas que no sé cómo no vé.
Atrás le sigue la autodenominada "mamá pulpo" que me mira haciéndose la distraída. En algún momento de distención, que vendría a ser al final del servicio me cuenta que tiene cinco hijas, todas mujeres; yo me siento intimidada y no sé si hay comentario a semejante catástrofe, no obstante agrega: son todas de distintos padres.

Me falta la “camarera top” de la casa, que tiene una seborrea bastantea visible y se baña una o dos veces por semana; es la que hace cien dólares por dia en propina, pero trabaja doce horas y se juega al prode la mitad de lo que gana, con el resto paga la combi hasta San Miguel, la instalación de agua caliente y los veinte litros de cerveza que necesita el marido diariamente para cagarla a palos.
Desde el principio supe que tenia que aprovechar cada día cómo único e irrepetible.

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