Del libro inédito “El nido renunciado”
Córnea
negra
Cebados los inquisidores castellanos en una
ojeada,
un destello de lucidez prófugo que una negra
triste dio,
esa de caderas de mármol, tierra mojada la
carne,
esa la guerra civil de trayectoria vital,
raza anfractuosa,
a los castellanos subyugas con el ojo.
Porque son tus uñas de adobe, ribereña animal,
las que marcan, de verdad en verdad, la
confluencia
del Uyacali con el Marañón.
Rompe, córnea única, la pragmática geodesia
castellana,
corre por su arteria como eres, como de
ayahuasca,
liberadora de memorias del caucho
explotado.
Sí, en algún siglo. Ya no dan las cuentas para
llegar a la cifra, ¿verdad?
La certeza de los cuerpos desatados, señor.
Ellos saben más.
Arráncales la cabeza, córnea, como chancho
salvaje
que el olvido ha transmutado en odio, desatina
los pasos de los bufeos, comanda sus tropas,
abre con sus lanzas de engaño
sus árboles de castellano vientre.
A mí déjame esta gabarra,
que río abajo buscará los anatemas de chamanes
fusilados.
En la pólvora quemada ya los dragones de
Iquitos.
¿Señor?
Fusilen a los dragones.
¿Señor?
Fusilen a los dragones.
La
indolencia de las casas
Qué puede uno contra una estampida de
nubes,
una bayoneta de grito, una sonrisa de caña y
filo,
el ojo certero del mustio ministerio,
donde sor tras clérigo se suceden los cabellos
del otoño.
Corre tras ellas, querido, dales caza. No
llegarán hoy al Paraná.
Qué clase de discordante prisma
que busca una fractura
que desangre al hueso.
No la vida o la ópera, no la tragedia o la
máscara,
sabrán olvidar todos que mi dolor,
como soprano sombra, como perro de agua,
degolló una vez los restos
que la poesía aun en su féretro guarda.
Fractúreseme la sangre, viértase por los
laberintos del llanto,
que como sabueso imposible seguiré hasta las
mismas raíces.
¿Sería más simple para ti conocer mi sonrisa?
Lo sería, pero, ¿Por qué? ¿Por qué no sonríes?
Pides demasiado. No tendrás sonrisa. Corre
hacia el muelle.
Allí los marineros doblan el horizonte.
Naturaleza de los bergantines, carambolas de
besos.
Quebraré el fino labio del horizonte.
Indiferencia infinita.
Corro tras la liebre desollada, abro la vagina
de la tierra,
aspiro el semen de los rosetones centinelas,
mino con lágrimas las estepas latentes.
Ya es tarde. Cierro el pecho, la sonrisa en la
telaraña
de la amargura ya una carta
y de mi mano una guillotina.
El ser
y la tumba
Yo que desarraigo los caminos echados a las
lágrimas, que aflojo los tornillos de la luna, oxidada de parvos ojos, de
gritos para arriba, de agua estancada en los osarios, yo que lato con el hígado
en una pica, con los nervios cimbreados por las eras, ojeo la fiebre y la
levanto del manual a la carne, levanto el rayo a la boca de la expresión, friso
la soledad hasta la cerviz, muerdo mi puerta, pateo el aullido de las manadas,
fluyo por la tinta amarilla, de enfermedad amarilla, verde o lapislázuli, ¿Acaso
a los gatos en los umbrales les importa? ¿A los amantes por sangre expulsados?
¿A los que del día han hecho un nido? No. No interesa si dreno la leche de la
cabra soberbia o si golpeo mis ojos con el séptimo signo de septiembre. Creer
es fe ciega o amor que fluye. Ser es eso que besarán nuestros hijos en la boca
de sus segaderas y sobre nuestras tumbas.
-Amor es ceniza.
La taza
del rey
Sobre el pecho arrugado la locura divide la
sangre;
en su ojo izquierdo sulfura, como el azufre en
vientres de lunas muertas,
la tristeza entera;
el derecho guarda la voz de la fibra real.
Han pasado los pastores húmedos con las
lluvias sureñas
y acabaron ocultando los rostros entre la
carne del rebaño:
no hay oro en los morrales ni gloria en las
huellas:
tu yelmo yace hendido, fútil rey:
tus legendarias monturas han volado hacia la
garganta del invierno,
donde raspa el anhelo de vino y de amanecer
furioso.
Indivisibles las bocas dulces, que de tres en
tres
arrojabas al fondo de tu opalina taza,
serigrafiada con ríos y cabellos:
pozo demencial hacia donde rodaban las cabezas
que tu amante más fiel, el verdugo,
supo desprender de tan preciosos cuerpos.
No me recordarás, ni mi canto:
vengo de más allá, de tus días rampantes y tus
horas afiladas,
de la tierra que violaste con tu impulso de
toro liberado:
soy de esa sangre que no es mía pero que
mancha mis ojos:
observo tu descenso infernal con los dedos en
nudo.
Pasados los años y las murallas, conservada la
bravura como vegetal deshidratado,
te ves, gris, subiendo hacia tus labios tu
última taza
en cuyo fondo reposan los fragmentos de tu
memoria:
Tiembla la mano real y la taza cae. La rodilla
ha besado el cielo.
1 comentario:
Nunca terminará es infinita esta riqueza abandonada...
Publicar un comentario